miércoles, 24 de mayo de 2017

Hambre emocional

El apetito emocional
Distintos estudios apuntan que la tristeza, el aburrimiento o el estrés condicionan la manera en que nos relacionamos con la comida. Unas veces, lo hacen de forma obvia y evidente; y otras, de manera sutil e inconsciente. Sin embargo, estas interacciones son tan complejas, que es difícil establecer con claridad cómo es el vínculo entre emoción e ingesta, qué es consecuencia y qué es causa. Además, no se reacciona igual ante el aburrimiento -que parece incidir en un aumento de la ingesta-, que frente a la tristeza -según los estudios, tiende a reducir nuestras ganas de comer-.

Las emociones y la comida

Cuando tenemos hambre tendemos a estar agitados, en alerta, e incluso, irritables, ya que esta condición estimula y fomenta la búsqueda de alimento. Después de comer, en cambio, los nutrientes absorbidos llegan al cerebro: y el sistema nervioso genera una sensación de calma, un estado letárgico en el que el humor tiene más probabilidades de ser positivo que negativo.
Pero no siempre ocurre lo mismo. A veces las emociones de tristeza, vergüenza o ansiedad aparecen luego de haber consumido un alimento que sabemos que no es sano o que no forma parte de nuestro plan alimentario.

El estrés y las ganas de comer

El estrés afecta a la salud de manera directa a través de múltiples procesos fisiológicos, pero también es capaz de cambiar comportamientos que se relacionan con la salud, como la selección y la ingesta de alimentos. Los estudios indican que la mayoría de las personas experimentan cambios en la conducta alimentaria en respuesta a una situación de estrés. Sin embargo, esta respuesta no es la misma en todos los individuos, para algunos el estrés estimula su apetito y a otros la disminuye. Lo interesante es que quienes usualmente restringen su alimentación son los que suelen responder con más apetito y ganas de comer que quienes no la limitan de forma cotidiana.

Diana Papa Constantino
Bioquímica – Lic. en Nutrición

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