martes, 16 de julio de 2013

El stress y las ganas de comer

Estrés y deseo de comer mucho

Las personas que padecen estrés tienen a menudo preferencias por alimentos con alto contenido en grasas y azúcares

En un momento de estrés puntual y agudo, es habitual no tener sensación de apetito. Esto estaría relacionado con la respuesta primitiva de "luchar o huir". Ante una situación estresante, un peligro o una amenaza, el cerebro actúa: segrega hormonas y envía mensajes a otras glándulas del cuerpo para que liberen sustancias que capaciten para hacer frente a esta circunstancia. Como es evidente, en un contexto como este, el acto de comer es secundario, por lo que esta situación fisiológica inhibe, de forma temporal, la sensación de apetito y las ganas de comer. Pero si el estrés se mantiene en el tiempo, la cosa cambia; se libera una hormona denominada cortisol, responsable de un mayor apetito. Además de una mayor sensación de apetito, las personas que padecen estrés tienen con frecuencia preferencias por alimentos con alto contenido en grasas y azúcares. El cortisol, la insulina y la hormona del apetito, "ghrelina", desempeñan un papel en esta preferencia.
Los alimentos con grasas y azúcares inhiben las partes del cerebro que producen y procesan el estrés y la “ansiedad”. Por eso se los denomina "alimentos confort". Esto explica la sobreingesta de alimentos calóricos en personas sometidas a niveles no demasiado altos pero sostenidos de estrés, (el estilo de vida que propone la sociedad actual) Si se añade el hecho de que las encuestas muestran que los individuos estresados duermen menos, practican menos ejercicio físico y beben más alcohol, se crea un escenario de riesgo importante de exceso de peso.

Las personas que padecen sobrepeso son más propensas a ganar más kilos ante una situación o época estresante. Hay investigaciones que muestran que quien libera mayor cantidad de cortisol en respuesta a situaciones provocadoras de estrés tiende a un mayor picoteo.

El mejor remedio, aprender a manejar el estrés.
Nuestro fisiología nos lleva a manejar el stress de una forma que no resulta saludable porque genera obesidad. Conociendo a “nuestro enemigo interno”, podemos aprender técnicas para contrarrestarlo. Nuestro desafío es aprender a vivir disminuyendo ese estado de ansiedad. Cada uno encontrará su forma:

•    Ejercicio: el ejercicio de intensidad baja-moderada disminuye la liberación de cortisol, por lo que contribuye a la regulación del apetito.
•    Apoyo social: los amigos, la familia y otras fuentes de apoyo social parecen tener un efecto amortiguador del estrés.
•    Psicoterapia: elaboración de situaciones de conflicto o duelo.
•    Meditación: reduce el estrés y puede ayudar a ser más consciente de las selecciones alimentarias. Con el tiempo, también puede contribuir a que se afronten mejor los impulsos. El taichí o el yoga combinan los beneficios de la actividad física y de las prácticas meditativas.

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